Todo el mundo ha sentido miedo en alguna ocasión. El miedo es una emoción que nos mantiene alerta, que nos avisa del peligro.
Cuando nuestros ancestros vivían en la naturaleza, el miedo era la emoción que les mantenía vivos. Sin él no podríamos sobrevivir, nos previene de situaciones peligrosas. Si no tuviéramos miedo a quemarnos, por ejemplo, es fácil que las salas de urgencias estarían llenas de personas quemadas.
Así pues, el miedo es esa emoción que de forma errada calificamos como «emoción mala», pero que por su función adaptativa, no es en realidad mala. Una persona sin miedo tendría grandes dificultades para su día a día. Se trata de una emoción natural y necesaria para el ser humano, al igual que la alegría, la tristeza o la cólera.
Entonces, ¿cuándo el miedo se torna en un problema? ¿Cuándo pasa a ser el miedo algo que deja de ser adaptativo y vital para ser algo incapacitante, hasta el punto que una persona deja de realizar actividades cotidianas por miedo?
Cuando una persona siente miedo en ausencia de peligro real, entonces ese miedo puede llegar a hacer que la persona deje de realizar cosas o relacionarse con personas, animales u objetos por ese miedo, que llamaremos irracional, pues no existe peligro real.
Pongamos un ejemplo sencillo, si estamos ante un animal salvaje en medio de la jungla, un depredador, el riesgo es real y el miedo justificado. Ese miedo nos ayudará a salir corriendo, nos ayudará a huir. Ahora bien, si estamos en una ciudad y nos sobrevuela una paloma o se nos acerca un caniche, o queremos cruzar un paso de peatones en verde y tenemos miedo, ese miedo es irracional porque, en principio, no existe un riesgo de que ocurra nada grave.
Así pues, el miedo irracional es lo que en psicología llamamos fobias y éstas pueden ser tantas como personas existen sobre el planeta tierra. Se llama fobia específica a aquel miedo irracional que una persona tiene sobre un objeto, anima, persona o situación y que no está justificado por la existencia de un peligro real.
Hoy leemos artículos en las redes sociales con los nombres de las fobias de objetos de lo más inesperados; ligirofobia (miedo a explosiones de objetos como petardos, globos…), cinofobia (miedo a los perros), coulrofobia (miedo a los payasos), pupafobia (miedo a los títeres), ergofobia (miedo al trabajo, a ser mal valorado o juzgado), eisoptrofobia (miedo a los espejos), papirofobia (miedo al papel) y también aquellas fobias «más conocidas» como la claustrofobía, fotofobia, zoofobia, agorafobia y un largo etcétera.
Las fobias están causadas por un proceso de aprendizaje en el que ese objeto que no tiene peligro alguno, se relaciona con un peligro que la persona considera real. A la larga, lo que se termina sufriendo es el miedo al miedo (también con palabro; fobofobia), es decir el miedo a pasar miedo ante esa situación, que produce esa reacción emocional, y que se acompaña de sintomatología física; taquicardias, temblor, sudor frío, la persona puede sentir que se ahoga y le falta el aire, y puede llegar a generar un ataque de pánico. Por ello, cuando una persona tiene miedo a algo, lo que en realidad tiene es miedo a sufrir esa reacción ante la exposición del objeto temido, por este motivo la persona empieza a evitar exponerse a ello, reforzando así ese aprendizaje erróneo y alimentando cada vez más a ese miedo irracional, que termina, en última instancia, por hacer que la persona evite totalmente el objeto temido.
Ocurre que si una persona tiene miedo a los ascensores y vive en el campo, en una casa de una sola planta y sólo tiene que subirse una vez al año a un ascensor, entonces ese miedo puede «sobrellevarlo» o convivir con él sin mayor problema. Ahora bien, si una persona vive en una gran ciudad, en un decimo piso y tiene miedo a los ascensores, quizás ese mismo miedo si le dificulte su día a día, pudiendo, llegando el caso, hacer que la persona no salga de su casa por no poder bajar en el ascensor. Así pues, una persona buscará ayuda o no en función de cuan incapacitante sea su miedo y cuánto le incapacite en si vida ordinaria dicho miedo.
Los miedos deben tratarse con un/a profesional de la psicología, pues el tratamiento debe ser psicológico. Al igual que hemos aprendido a tener ese miedo, debemos de aprender a no tenerlo y debemos aprender a manejar esa situación, hasta que la sintomatología física desaparezca. Pretender hacer que desaparezca la sintomatología física a golpe de ansiolítico, no sólo no es adecuado, sino que además es contraproducente, porque al fin y al cabo reducir la sintomatología de forma artificial, es otra forma de evitación de la situación, con lo cual, con el tiempo, hace empeorar el trastorno psicológico del miedo.