Un error es cualquier cosa que tú, tras reflexionar, más tarde, desearías haber hecho de forma diferente o desearías haber hecho algo que no hiciste. Es ese sentimiento de “he metido la pata”.
Evidentemente el quid es “después”, nadie comete un error a sabiendas de que está metiendo la pata, cuando hacemos lo que hacemos, en el momento de hacerlo pensamos que es lo mejor, sin embargo, después, tras reflexionar nos damos cuenta de que nos hemos equivocado.
Podemos ver los errores cometidos como algo malo, como fracasos, o bien verlos de forma positiva como una experiencia que nos ayuda a aprender, a cambiar y avanzar. ¿De qué depende nuestra percepción de los errores?
Podríamos enumerar varios factores que modulan el cómo nos enfrentamos a nuestros errores, pero todos ellos tienen que ver con cómo hemos interiorizado la crítica externa recibida. De niños hemos sido corregidos continuamente, si esas críticas las hemos interiorizado de forma negativa “soy un desastre, soy malo, todo lo hago mal, seguro que no apruebo, siempre pierdo”, viviremos esas correcciones y acusaciones como propias, sintiendo los errores como un fracaso. En esta situación es probable que aparezca la culpa, el miedo a equivocarse, el miedo a tomar decisiones y la inseguridad.
Por el contrario, si vemos el error como una fuente de información de lo que no funciona y una posibilidad de cambio, el error es vivido como una forma más de aprendizaje.
Y os preguntareis ¿No se sienten culpables las personas que se permiten errar? Y la respuesta es que si, efectivamente, la culpa aparece en ambas situaciones, tanto en la persona que teme a cometer errores, como la persona que acepta que no es perfecta y por tanto, puede errar. La culpabilidad, por tanto, surge ante una falta que hemos cometido (o así lo creemos). Ahora bien, la forma de afrontar esa culpa varía de unos a otros. En el primer caso, la culpa es lo que podemos llamar culpa insana; bloquea a la persona y genera una serie de emociones negativas, conductas destructivas, exigencias e imperativos irracionales de carácter cultural, ético o religioso. En el fondo de esta culpa se encuentra el miedo al rechazo, la vergüenza o el miedo al castigo por parte de otros.
Por el contrario, la culpa que llamaremos culpa sana, cuestiona e interpela la conducta concreta evaluada, respetando el potencial de bondad de la persona. Uno puede errar, pero se sigue sabiendo buena persona. Además, se centra en el daño causado al otro, más que en el daño a uno mismo (vergüenza, miedo a quedar mal ante los demás). Genera, por tanto, deseo de reparar el daño.
¿Cómo podemos manejar la culpa?
Ante sentimientos de culpabilidad malsana hemos de preguntarnos de dónde proviene la norma con la que me juzgo, ¿Es una norma impuesta, es una norma con la que yo estoy de acuerdo? Es imprescindible por tanto, revisar mis creencias, conocerme y ser consecuente con mis valores.
Para fomentar la culpa sana, lo primero que debemos hacer es reconocer el error y el daño infringido, de esta manera podremos disculparnos y establecer con el otro un compromiso de cambio. Por último, y no por ello menos importante, es necesario aceptar el perdón del otro y perdonarse a un@ mism@.
“La vida es una pulida corrección de errores”
Mario Benedetti